HISTORIAS Y SUEÑOS, N° II.
Historias y sueños n° I.


Carmen Rodríguez Venegas
(Lima, Perú)

Sueño muy seguido con familiares y amigos que son fallecidos, siempre
en una reunión, ya sea en el campo o en casas desconocidas, siempre hay mucha
comida y alegría,como si celebraramos algo. Yo estoy muy contenta de estar
con ellos, en mi sueño soy consciente de que ya son muertos y no les tengo
miedo. Mi padre siempre me entrega una caja y me dice que es para mi hijo
mayor, pero no logro abrir esa caja, siento las caricias de mi padre y
me conversa que él no está muerto, pero que cuide de mis hermanos. Lo
siento tan real que no quisiera despertar a mi padre. Lo perdí hace 45 años
en el mar y nunca apareció su cuerpo.


Abad Hernández Castellanos
(Colegio de Bachilleres de Chiapas Plantel 06 Reforma, Chiapas, México)



Me imaginaba estar con una de las personas que más han cautivado mi vida: Estaba debajo de un árbol sentado recostado en él y una hermosa niña llegó a mí y me estuvo mirando mientras me sonreía. De repente me sentí muy cansado y cerré mis ojos quedando profundamente dormido. A pesar de eso sentía que ella me cuidaba y seguía conmigo. Para mi sorpresa cuando desperté ella estaba junto a mí dormida pero era una sensación tan... fantástica como si ella hubiera estado buscando y al fin a mi lado se sentía tan segura de sí misma con tal sencillez en su cara tan bonita, sus ojos tan tiernos cautivadores y una sonrisa que llenaba mi alma de amor y felicidad. Quisiera saber quién es esta persona, quién me está buscando y a la cual yo espero encontrar, es alguien que me enamora con dulce sencillez.


Gabriela Valencia Ortega
(Imperial Valley College, El Centro, California)


Hace unos días tuve un sueño lleno de efectos especiales, mezclado con realidades e irrealidades y bizarro a más no poder. Soñé que viajaba en mi auto en una cordillera cercana a donde vivo, la cual cruza parte de Baja California, México y parte de California. Viajaba a la ciudad de San Diego por una carretera de un solo sentido. Al cruzar por la parte más alta, en una curva cerrada perdí el control del auto y empecé a caer justo hacia una pendiente que parecía no tener fin. Lo curioso es que bajaba en círculos, como en espiral por lo que parecía ser una pendiente en forma conífera.

Justo me detuve en el fondo cuando me estrellé en una enorme roca. Me bajé del auto, el cual quedó el cofre totalmente comprimido. Palpé mi cuerpo en busca de heridas, aunque sólo me sentía aturdida y muy asustada. De pronto un hombre rubio, que parecía ejecutivo, un maletín empolvado, corbata a medio hacer, desaliñado y con una manga del pantalón rota y ensangrentada me preguntó si me encontraba bien. Le contesté que sí, pero el hombre parecía mas aturdido que yo, mientras yo observaba hacia arriba calculando cómo llegar hasta lo alto y pedir ayuda en la carretera, el hombre parecía no comprender nada. Frente a la roca que detuvo mi auto, justo detrás había un cajero automático que no funcionaba. El hombre colocaba su tarjeta de crédito una y otra vez sin éxito, le reiteré al hombre que no funcionaba, pero me contestó que ya lo sabía, pero que lo seguiría intentando.

Bueno, le dije , yo quiero salir de aquí.-Igual que ellos- contestó señalándome a lo lejos, cuando vi varios autos a mi al rededor y varias personas muy tristes saliendo de detrás de los autos y las rocas.
Nadie ha podido salir nunca de aquí, dijo el hombre. -Yo sí-. Continué mirando hacia arriba, cuando de pronto aparecieron volando unos seres con cabello largo en todo su cuerpo que lanzaban una especie de telaraña y atrapaba a las personas.

Empecé a correr cuando una capa gruesa me atrapó, era uno de los seres que me jaló hacia el piso, el cual se fue tornando como arena movediza. Traspasamos el suelo y caí en una cueva que tenía el piso también como arena movediza, caí en ella envuelta el la capa gruesa, como en un capullo blanco y pegajoso, cuando un hombre enorme, joven de raza negra me atrapó con sus enormes manos. La cueva era húmeda y semioscura, el hombre me sonreía de manera torpe, sus dientes eran deformes y sus ojos brillantes y expresivos. Me sorprendí tanto al ver que el joven tenía cuatro brazos, y que frente a nosotros se encontraban dos ventanas grandes. En una se veía una sala de operaciones de principios del siglo pasado, donde unos médicos o científicos nos observaban y a un lado de ellos en una camilla tenían a una mujer dormida o muerta, no lo sé. Y junto a ellos una mesita con todo tipo de instrumentos médicos. En la otra ventana, otros científicos en una sala parecida con otra mujer, pero al parecer estaban vestidos como en una época mas remota, tal vez del siglo XVII. Ambas personas le decían al hombre que me tenía en sus manos que me destazara con unos cuchillos enmohecidos que había colgados en la cueva. El joven cortó el capullo en el que estaba envuelta con un cuchillo, yo tenía pavor, pero le toqué la mejilla y le pedí que no lo hiciera, que él era bueno, que lo veía en sus ojos.

Luego de gritos y órdenes de los científicos -o doctores- de las ventanas de que me destazara, el joven me elevó con sus brazos hacia una pared, la cual con una mano levantó la pared, la se movió como si fuese una simple cortina y me pasó por debajo. Cuando crucé la pared, me di cuenta que me encontraba en la carretera de la cordillera de la cual caí al precipicio desde un principio del sueño, pero yo me encontraba parada en la carretera y los carros pasaban debajo de mí, yo era una mujer gigante y los carros eran muy pequeños, como de dos centímetros. No pasó mucho tiempo cuando empezaron a llegar helicópteros y jets disparándome.

De pronto un joven desconocido apareció no se de dónde, también era un gigante, me tomó de la mano y me dijo que lo siguiera, empezamos a escalar un poco más la cordillera dejando abajo los autos, cuando el joven levantó la pared de la montaña también como si ésta fuese una simple cortina, y de nuevo aparecí en la misma carretera, pero esta vez transitada en una acera -la cual no se encontraba ni en las escenas anteriores ni en la carretera original que va a San Diego-por peatones, y en la carretera transitaban los autos uno tras otro, cuando subí a la acera me di cuenta que yo y el joven éramos pequeñitos, esta vez éramos lo que mediamos como dos centímetros de alto, frente a mí veía enormes pies, y poco más lejos enormes llantas de los automóviles que pasaban veloces. El joven apretó mi mano y me dijo que tuviera cuidado, pues podrían aplastarnos, y continuó: ¿Lista para correr? No pude responder, mi esposo me despertó con un beso, y desperté de un salto, sintiendo mi corazón a mil por hora. Me gustaría saber el significado o mensaje de lo absurdo de mi sueño, el que hay detrás de ellos.


Melendi
(4º ESO, IES Calatalifa, Villaviciosa de Odón, España)


Hasta que pasa.
Todos los que te tienen serán felices, y casi ni se dan cuenta de que te tienen, hasta que pasa. Para ellos tú eres como un ser extraño que siempre estás a su lado, que te cuentan sus penas, sus emociones, sus alegrías, sus sentimientos, sus derrotas, sus logros, hasta que pasa. Eres la que les castigas con lo que más quieren y ellos se rebelan y dicen cosas de las que más tarde se arrepienten, y no se dan cuenta de que eres sensible, de que te hacen daño, de que no hubieses deseado reñirles, de que les amas, de que son tuyos, ellos no se dan cuenta, hasta que pasa.
Pero tú estas ahí, como ser invisible, ellos tampoco saben que te aman, sin ti no son nada, no se dan cuenta, hasta que pasa. Aunque llega ese día que feliz te quieren ver, pero tú haces algo por su mejor bien y se vuelven a enfadar, pero son tontos y no se dan cuenta, hasta que pasa.
Pero tú lo sabes, sabes que te quieren, tú sabes que les importas, sabes que te aman, lo que no sabes es que tiene qué pasar para que ellos se den cuenta. Yo era de esos que no se daban cuenta hasta que pasó y lo vi todo. Ojalá me hubiera pasado lo más tarde posible, pero ya es tarde.
Mamá me arrepiento de no haberme dado cuenta antes de lo que significabas y de lo que eras para mi antes de que pasase.
Mamá eres la única que me ha amado, y para mí, la única a la que amaba y amo y lo sé porque pasó.
Mamá, tuviste que morir para darme cuenta.
Mamá, siempre te querré, no te olvidare.
Mamá siempre serás mi amor.



Russy
(4º ESO Divino Maestro, Salamanca, España)


El otro día, sin saber por qué, soñé con una maravillosa historia que podría hacerse algún día realidad.
Salía, como cada todas los mediodías del colegio con mis amigas. Una suave brisa me anunció que alguien más allá de la calle nos aguardaba. Un gran latido del corazón me afirmó mis sospechas. Él estaba allí, sonriendo mientras nosotras le saludábamos emocionadas.
Una simple mirada, llena de inocencia inundó mis pensamientos, al ver sus ojos poco a poco el sentimiento que se alojaba en lo profundo de mi corazón, quería a gritos ahogados llamar su atención. Sus brazos me arroparon fuertemente, eran como fuertes ramas donde guarecerse.
Todo era muy bonito, era un sueño, ¡Cómo no!, todas las noches sueño con tenerle a mi lado, agarrarle de la mano y sin piedad abrazarlo. Mirarle a los ojos y decir que nada ha cambiado... porque él siempre será el niño que me llene el alma. Gritando en el silencio de mis pensamientos te busco, pero sólo en mis sueños te encuentro.
Cuando despierto todas las mañanas vuelvo a la realidad, y sólo hay una verdad: la distancia nos separa,¡ésa es la verdad!



Cavy
( 4º ESO Divino Maestro, Salamanca, España)


Todo comenzó cuando en una excursión, él me enamoró y con sus ojos
verdes me hechizó. Desde aquel día algo muy dentro de mí me cambió, y un
nuevo sentimiento me hizo revivir, aunque aquella sensación no durara poco
más que un instante. Los meses pasaban al igual que sus miradas. La
esperanza ya perdía de que él algún día me abrazara y con sus brazos me
estrechara mientras nuestros labios se juntaban.
Un día me desperté y mi sueño vi hecho realidad. Con sus labios me endulzó
y con su aliento me envolvió.
Hoy no sé qué pensar, ¿Me querrá?, sólo él lo sabe, pero albergo esperar
que sus verdes ojos me vuelvan a mirar.
Sólo pido que si esta historia lee, se dé cuenta de que le quiero
demasiado como para permitir que de mi vida se aleje.
Te quiero y te deseo y sólo te pido que hagas realidad mi sueño.

 



Alfredo
(Islas Canarias, España)


Tengo sueños que me resultan poco agradables, además lo realmente curioso y repetitivo es que en mi sueño siempre está oscureciendo, vamos, que es de noche. Adornados apenas por unas luces tenues, en donde a la gente, que casi siempre es poca, que me rodea, puedo distinguirles el rostro. En el sueño me hallo en una agonía constante, como si estuviera en una enorme prisión de la
cual, por mucho que busco la salida no la encuentro. Y que además la única persona que me preocupa se desvanece en medio de esa oscuridad. Es como si me encontrase en la propia tristeza absoluta, un lugar de donde por mucho que lo intente no puedo salir. Lo peor de todo, es que llega un momento en el que no siento temor, ni salgo detrás del personaje que quiero, mas se repite, pero cada vez, por lo que puedo apreciar, hay menos gente.



Irene Fernández,
2º ESO (14 años, Ntra Sra. De la Providencia, Palencia, España)


Mirando al mar yo vi caer la luna, descolgada de su hogar. Caía como un globo cansado de volar, hasta que rozó suavemente la superficie azul del mar. Estelas iban formando, surcos en la negrura alumbrando la penumbra con una fina corona plateada.
A su luz salían peces que revoloteaban por la superficie. A su luz se veían corales
de mil colores y tonalidades. Y un joven enamorado que la creía haber bajado para su amada, que mecida entre las olas pensaba ser sirena, y cada vez que se sumergía, el cabello se mecía en formas brillantes. Las olas eran especiales. Sus coronas brillaban y cuando rompían, blanca espuma borboteaba. Caracolas con cangrejos esperaban la llegada de sus salvadoras, para volver a la profundidad del mar.
Y vi al pirata, montado en su barquichuela, que navegaba hacia la luna a duras penas. Su barca de botellas vacías estaba llena. Con gran esfuerzo logró llegar hasta ella, y la rozó con los dedos. La barba se le iluminaba y la sonrisa era desagradable. Los dientes negros asomaban desordenados en una mueca de maldad. Cogió una botella por el mango y la partió de un golpe seco en un remo. Se acercó a la luna y la pinchó.
El hechizo se rompió. Purpurina se quedó flotando en el aire durante un instante
hasta que rozó la superficie del mar. Entonces se disolvió.
La sirena se hundió, los peces emigraron, los corales se marchitaron y el enamorado
se marchó. El pirata, contento con su triunfo, navegó mar a dentro en su barquichuela. Me metí en el mar. Y cuando salí y me sequé, mi piel estaba blanca.
Sabía a sal.
Ese día llegué a la conclusión de que la luna estaba hecha de sal.



Rapaz (Universidad Complutense,1º Magisterio, Madrid, España)

Cuando cerré la puerta y vi a Mar tras esos montones de libros multiformes que apila a su alrededor y bajo la ventana -y que la hacen pensar, por ejemplo, que las flores se agrupan, al margen del sentido estético de algún jardinero, movidas por una extraña fuerza que las obliga a bailar en corro durante la noche y amanecer dispuestas en colores-, pensé que se alteraría lo suficiente, es decir, que giraría su cabeza lo suficiente como para ver la palidez de mis mejillas o cuestionarse la inquietud nerviosa de mis párpados. Fue Alma, sin embargo, que parecía venir de limpiar* a su padre, a juzgar* por el cúmulo de mierda y orines que llevaba en un cubo y dos o tres moscas quietas en sus labios
-escena la cual me recordó a esas estampas de las mujeres japonesas preñadas de cubos de arroz-, la que se extrañó al verme temblando, lo que no quiere decir que detuviera su marcha lenta antes de hablarme y de que el rubor de mis pómulos regresara:
-¿Tanto frío tienes? -dijo con una ascensión exagerada de las cejas y señalándome con el índice de su mano libre.
-No, no.
-Entonces..., ¿qué te pasa? -cambió a una postura más serena que parecía requerir que el cubo se apoyara en el suelo y las moscas acudieran a él a impregnar sus patas de excrementos.
- ...
Después de mi silencio, me enseñó las palmas de las manos, como si yo hubiera
requerido que me presentara su inocencia, y alzó algo los hombros, al compás de un meneo de cabeza cansado y una contracción de sus labios menudos -con regueros insignificantes de mierda que las moscas le habían dejado al volver desde el cubo-
que daba a entender el abandono de mayores esfuerzos por intentar que le contase el suceso con el hombre del portal. Se rendía o no le interesaba. Dio media vuelta, caminó un poco hacia un armario que pensé vacío y del que, sin embargo, tras apoyarse sobre las puntas de sus pies con el fin de inclinarse unos centímetros, sacó una caja de cartón con unas zapatillas de andar por casa que me tiró al lado.
- No habrás salido a la calle de esa guisa, ¿verdad?
- Bueno... en realidad no he llegado a salir del todo -me calcé.
Al guardar la caja, esta vez vacía, volvió a dirigirse hacia mí:
- Al menos dime cómo te sientes, porque lo que tienes no es frío -dijo quieta y de espaldas, con la cabeza inclinada o la barbilla pegada al pecho.
- ¿Qué cómo me siento?
Intuí un largo entremezclarse de los pelos de sus párpados al responder:
- Sí.
- Si te dijera que me siento como el príncipe cuando besa a la sirenita y se alerta ante la ausencia de su lengua, ¿qué dirías?
- Que a estas alturas deberías saber que no hay nada en las bocas de la gente, mamá.
Comencé a caminar hacia mi izquierda.
- ¿Se puede saber dónde vas ahora?
- A la habitación, con tu padre. A dormir un tiempo.
- Supongo que haces bien, o te lo mereces y esas cosas...
Cogió, de nuevo, el cubo que llevaba para vaciar en el fregadero.
- Oye... -dije.
- ¿Qué?
- Deberías bajar al parque a por agua.
- De acuerdo, mañana bajamos Mar y yo.
- ¡Ah!, se me olvidaba.
- ¿Qué...?
- Restriégate los labios.
Como deduje, Alma había estado limpiando a su padre y había recogido mi ropa interior, sin adornos, sin bordados, manchada de menstruo, superflua, que, poco a poco, se había ido amontonando sin esa conciencia de cúmulo cuando aún quedan prendas limpias que gastar, por pocas que fueran. Ignoro si tal limpieza se produjo por algún resquicio de cariño hacia su progenitor que todavía guardaba y pretendía esconder o, simplemente, porque el clima denso del defecar incontrolado de su padre comenzaba a ganarle terreno al pasillo y al olor de esas velas perfumadas que tanto gustaba de encender y aspirar. Fuera lo que fuese, el ángel estaba sentado al borde de la cama, con las manos caídas sobre las rodillas y respirando igual que un animal tranquilo o triste, cosas ambas no muy distantes entre sí.
El verle en ese estado, por un momento, se me antojó ridículo, casi tanto como un hombre fingiendo un orgasmo, pero no al modo del rictus que exigen los orgasmos, donde el macho frío enarca un poco las cejas y observa la cara sobre la que cae su simiente, o el hombre fogoso se desploma y deja escapar entre espasmos, o a su vez, un hilillo de saliva a través del hueco del colmillo, sino ridículo porque en esa postura parecía aguardar algo que ni el hombre frío ni el fogoso esperan o conocen.
En realidad, en aquella casa, todas, las niñas y yo se entiende, parecíamos esperar algo que nadie aguarda ni conoce: Mar, sin duda, adviene la llegada de príncipes que se auxilien en el pelo largo del que finge ser poseedora cuando se hurga con los dedos queriendo alisar sus escasos quince centímetros de vello, o de espadachines de mostachos infalibles que voten a tal o a cual y la cortejen cuando interrumpe sus lecturas por recoger un pañuelo de papel sonriendo que, tras pestañear varias veces
seguidas, guarda en su pecho incipiente; Alma espera que el fuego de las velas no continúe devorando la cera cuajada



María de los Ángeles Leal Vallejo
(México, Cobat 1)

Mi novio tenía cola de pescado (tryton) y yo lo empezaba a bañar con una manguera porque necesitaba agua, y lo besaba y le decía que lo quería mucho. De repente entré a mi casa y empezaron a salir muchos gatitos bien bonitos y pequeños. De repente me salta uno al hombro y me mordió y me empezó a temblar el hombro tanto que cuando desperté amanecí dolorida.


Gabriela Valencia Ortega
(Imperial Valley College, El Centro, California)

Esta mañana tuve un sueño muy extraño, soñé que llegué a un salón de clases, que por cierto no se parecía a ninguno de los que he estado. Era espacioso, lúgubre, tenia los mezabancos alineados a la orilla de las cuatro paredes y en el centro una cama chica con sábanas de seda color perla y una colcha acojinada del mismo tono. Llegué tarde y muy apresurada, una maestra impartía la clase (la cual en mi vida he visto), me senté en mi mezabanco cuando una compañera me preguntó que cómo iba mi embarazo (desde que nació
mi último hijo me operé para no tener más bebés) y yo le respondí que bien. Al parecer tenía unos cuatro meses, pues apenas se notaba el vientre abultado, cuando de pronto vi que el bebé se movía lentamente. Mi compañera lo tocó por encima de mi piel cuando de pronto se empezó a mover violentamente hasta el grado que sus facciones se empezaron a distinguir por debajo de mi piel. Me asusté mucho, en eso mis companeros de clase me rodearon y los dolores de parto iniciaron. Me recostaron el la cama y yo empecé a gritar espantosamente, el bebe continuaba moviéndose y la piel de mi vientre parecía de plástico, pues cada vez que el bebé pateaba o extendía sus manitas o cabeza podía ver su silueta por mi piel. De pronto mi cuerpo lo expulsó y di a luz a un ente espantoso de tamaño enorme, era un hombre más alto que yo envuelto aún en placenta y sangre, de facciones espantosas, calvo y una nariz horrible que por entre mis piernas sonreía de manera macabra. Empecé a llorar y a gritar y desperté en el momento justo que sonó la alarma a las 6:20 a.m.


Ángel Ramón Pastor Rincón
(
Madrid, España).

Aún recuerdo aquellos calcetines verdes. Fue hace mucho tiempo, mucho tiempo... Pero desde entonces llevo conmigo la imagen de aquella princesita, del ángel que bajó del cielo para hacerme feliz aquella tarde de Marzo.

Si supieseis las veces que soñé con aquella gracia saltando del columpio a los arriates de margaritas... Muchas noches pregunté a las musarañas, a las sombras amigas y a mis fantasmas, si por un casual hubieran visto la fina silueta de mi amor furtivo. Pero mis tétricos acompañantes se burlaban de mis ensueños, de aquel recuerdo limpio que mi senectud no había sido capaz de ensuciar..., de aquel recuerdo. Se mofaban del viejo chocho que babeando por un par de polainas, allá en la distancia del tiempo, recorrió los caminos turbios de toda una vida y atravesó las sendas selváticas del desamparo; del viejo chocho que buscó sin descanso aquellas trenzas en los calveros del oscuro bosque de sus días, y que no encontró nunca más la fresca risa de la niña de los calcetines verdes.
Setenta años...

No fueron días felices los míos, no. En mis brazos, bajo los plumones de mi lecho, durmieron las más bellas huríes que hombre alguno pueda llegar a imaginar. Deshojé mis jornadas al abrigo de camaradas que, sin dudarlo un solo instante, hubieran perecido por nuestras legítimas causas comunes. Degusté sabrosos manjares, sazonados con exóticas especias brindadas por los más ricos y respetables mercaderes. Vi amaneceres eternos; rojas amanecidas que hubieran hecho llorar a los dioses del Olimpo más frío. Mis cansados ojos contemplaron maravillas que hubiesen desarmado, de golpe, a los fieros ejércitos de poetas-guerreros que poblaban los cuentos de mi lejana infancia...

Pero, ¿cómo cegarme con los falsos oropeles de los hombres? ¿Cómo arrobarme con las mezquinas ofrendas de las divinidades cuando llevaba el lastre de haber contemplado, allá en mi perdida juventud, la belleza más casta, la beldad más pura?

¡Cuántos caminos desandaron mis sandalias buscando lo más cercano! ¡Cuántos! Cuántas tardes, entre los pétalos marchitos y el oxidado tobogán, sigo buscando aquel rastro verde de vida simple.

Ay, ojalá esta desgastada esperanza no se me muera ahora, de tanto esperar. Pues aguardo la hora de mi partida lleno de anhelos, creyendo ver a veces, desde la cofa del desdentado banco de este parque algún islote por el cual, ¿por qué no?, bien pudiera corretear el añorado verdor de aquellos calcetines tiernos.


Irina Málaga
(Lima, Perú)

Abrir la boca y que salgan miles de tornillos.

Estar echada y abrir los ojos y ver una rosa negra que cae desde
el techo, en cámara lenta y directo sobre mi rostro.


Diana de Luna
(Preparatoria, Monterrey N.L., México)

Voy en un viaje con la familia y de repente aparece un chico en el asiento
de adelante con unos ojos azules agrisados y está ciego e inválido. Luego
siento como si tuviera mucho sueño y me recosté en la parte de atrás y me
dio la luz del sol y me puse una toalla de color azul y me sentía profundamente
enamorada del chico....


Patricia Morales Fernández
(1°Bachillerato, I.E.S. Antonio López, Getafe, España)


MISTERIOSO SUEÑO.

La noche poco a poco avanzaba sin demora. Tras cruzar el espeso bosque me encontraba de nuevo en aquel sombrío pueblo, el mismo de la noche anterior. Llevaba ya varios días soñando con ese pueblo, pero siempre que tras cruzar el bosque me hallaba frente a él, despertaba agotada, como si hubiese recorrido varios kilómetros a pie realmente. Sí, era justamente el mismo, con su misma iglesia alta y gris, con sus mismas casas… Temerosa de despertar si avanzaba más, levanté pesadamente el pie, y di un paso minúsculo, haciendo que las hojas del suelo crujiesen de forma estrepitosa, y entonces aguanté la respiración y cerré los ojos, esperando despertar en mi cama y a la vez deseosa de no hacerlo, pero no pasó nada. Abrí los ojos y el pueblo se erguía aún ante mí. Sonreí y comencé a andar rápidamente, sorteando las piedras, pero de repente empecé a oír pasos detrás de mí, eran muy ligeros y acompañados de una agitada respiración.

El pánico hizo presa de mí y aceleré el paso, hasta encontrarme en la plaza del pueblo, en la que estaba la majestuosa iglesia, una fuente que, al parecer, había dejado de manar agua hacía mucho tiempo y, un poco más alejado, el cementerio, con sus lápidas de mármol blanco, sus ángeles esculpidos y todas aquellas flores secas. Los misteriosos pasos continuaban en pos de los míos, a veces atropellados y otras veces más torpes y pausados, hasta que se detuvieron inesperadamente, dando lugar a miles de voces, siseos, susurros… dirigidos a mí. No sé por qué pensé que eran hacia mí, ya que decían cosas carentes de sentido, pero algo dentro de mí me lo advertía. Notaba que cientos de ojos vigilaban mis movimientos aunque no podía verlos, así que decidí meterme en algún sitio, refugiarme de las voces y de las descaradas miradas; tenía dos opciones: o la sombría iglesia o el cementerio. Las voces poco a poco se iban acercando, resonando cada vez más alto en mis oídos, así que me fijé en el cementerio, tan oscuro, tan misterioso, tan aterrador y desamparado, y luego fijé mi mirada en la iglesia, grandiosa y excelsa, como sacada de una pintura antigua, con sus negras puertas flanqueando la entrada. A simple vista parecía mucho más segura que el desolador paisaje que se alzaba frente a mí.

Sopló una ráfaga de viento helado, haciendo que la piel se me erizara, tras la cual la puerta de la iglesia comenzó a abrirse, muy lentamente, crujiendo y chirriando. Volvió a soplar de nuevo el viento, anunciando una tormenta segura, y las voces, tan misteriosamente como comenzaron a sonar, callaron. Silencio total. La puerta entreabierta de la iglesia invitaba a pasar a su interior. Mis pasos se encaminaron sistemáticamente hacia ella, pero justo en el umbral me detuve ¿sería mejor introducirse en la oscura iglesia o permanecer fuera junto a las miradas y las susurrantes voces? Estaba dudosa y entretanto comenzó a llover. Gruesas gotas mojaban todo a su paso, dando al suelo un singular aspecto brillante y liso, como la superficie de un espejo, y en instantes mi cuerpo estaba totalmente rociado por el chaparrón, pero por fin me decidí. Retomando mis pasos y con el poco valor que me quedaba, entré en la iglesia.

Dentro había una luz dorada que iba aumentando en intensidad, me dañaba los ojos, haciendo que me lloraran, pero ansiaba ver qué había, deseaba ardientemente ver más allá del umbral. Medio a ciegas me encaminé entre los asientos, aproximándome cada vez más al altar. Las voces de fuera gritaban horrorizadas, perforándome los oídos, como temiendo que me acercara más.

La luz se hizo insoportable y caí al suelo, pero no me conformaba con quedarme allí tirada, obsesionada con alcanzar la fuente de donde irradiaba tal claridad. Cuando por fin alcancé a tocarlo, escuché que alguien me llamaba, e, instintivamente, aparté la mano y busqué el origen de aquella voz tan familiar, y súbitamente… desperté. Me encontraba de nuevo en mi monótona habitación. El albor cegador había desaparecido, junto a las voces y al pueblo, junto a todo lo que, hasta hace unos instantes, me rodeaba.


Ana Milena Rivera Alfonso
(Universidad Militar de Nueva Granada)

Tuve una pesadilla con un cíclope, y lo miré en el colegio donde
terminé el bachiller: él estaba en un cuarto donde se guardaban los implementos
de baloncesto. Desde ahí empezó a perseguir por todos lados y le quitaba la
vida a mis amigos, y me decía que si no quería que le hiciera daño a mi
papá, mamá y hermanas me tenía que casar con él, pero mi mamá me dijo que
huyera y no me preocupara por ellos. Luego desperté y lo veía encima
y gritaba como loca hasta el punto que mis padres vinieron a la recámara
mía y me empezaron a zarandear hasta que desperté de esta gran pesadilla.
Lo más raro era que él no me hacía daño a mí.


Ali Lovera
(Maracay, Edo. Aragua, Venezuela)


Soñé que mi esposa me quitaba garrapatas sólo de la espalda y se
despertó llorando.


Tania
(Lima, Perú)

Estaba con mi hermana en un parque cuando de repente aparecieron
ovnis encima de nosotras, entonces empezamos a acelerar el paso y comenzaban
ellos a perderse en el cielo.