Escribiendo la lectura:
Don Quijote, poeta.

por Isabel Castells

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Dibujo recreación de F. Javier Martín

......A nadie sorprende que un lector inveterado devenga en escritor, después de experimentar el frecuente proceso que convierte la recepción en creación. Todo el siglo de Cervantes, bajo el influjo de la imitatio, obedeció a este criterio; también nuestras actuales coordenadas literarias, inseparables ya de las nociones de reescritura e intertextualidad, hacen de la lectura origen y estímulo de nuevas palabras destinadas a engrosar las páginas de ese gran Libro Único con el que soñaron tanto Borges como Mallarmé. Cervantes lo lee todo, la novela caballeresca, la pastoril, la picaresca, la bizantina, la morisca, la poesía petrarquista, los tratados, las misceláneas, igual que igual que uno de los narradores del Quijote, el llamado segundo autor, aficionado a leer "hasta los papeles .... de las calles". Su personaje también lee, todo el tiempo y "del mucho leer y el poco dormir se le secó el cerebro", como todos hemos leído también. El segundo autor lee un manuscrito que, a su vez, ha compuesto Cide Hamete Benengeli leyendo los Archivos de La Mancha. El traductor morisco lee a Cide Hamete y nosotros leemos lo que ha leído el segundo autor. Todo el Quijote, como todos sabemos, es un juego alterno de lecturas y escrituras, donde los roles de autor y receptor se intercambian constantemente.


Teniendo esto en cuenta, pues, resulta de lo más normal que ya en el primer capítulo se nos muestre a Alonso Quijano como hipotético escritor:

"Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran."

El hidalgo se siente tentado, pues, ante la concepción abierta del género caballeresco que lo fascina y piensa en contribuir él mismo a su continuidad. Por suerte para todos nosotros, los "mayores y continuos pensamientos" que le "estorbaban" lo empujaron a otra empresa mucho más audaz: no escribir más aventuras caballerescas, sino realizarlas, vivirlas él mismo en el gran Libro del Mundo, intención esta que, como todos sabemos, define el llamado espíritu quijotesco, dirigido, entre muchas otras cosas, a abolir los ilusorios límites entre la literatura y la realidad.

Pero no es de esto de lo que quiero hablar hoy. Lo que propongo es otro viaje: no el que nos ilustra cómo el lector se hace personaje, sino el de cómo el personaje, además, se hace escritor: cómo la literatura, en su imparable poder de reproducirse y multiplicarse, se hace literatura, cómo el texto regresa al texto. Cómo don Quijote, adicto a la poesía, se hace poesía y hace poesía.

Ya la espantada sobrina había percibido esta tendencia en su tío, como se demuestra en estas palabras pronunciadas durante el famoso escrutinio:

"¡Ay, señor! -dijo la sobrina-. Bien los puede vuesa merced mandar quemar, como a los demás; porque no sería mucho que, habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo éstos [los libros pastoriles] se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y, lo que sería peor, hacerse poeta que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza." (I, 6, 79)

Más adelante, y justo al principio de la Segunda Parte, con un don Quijote más pagado de sí mismo que nunca (no olvidemos que ya ha visto sus hazañas reflejadas en un libro), vuelve a exclamar la misma sobrina: "-¡Ay, desdichada de mí ... ; que también mi señor es poeta! Todo lo sabe, todo lo alcanza; yo apostaré que si quisiera ser albañil, que supiera fabricar una casa como una jaula." (II, 6, 604-605)

Si recordamos el final de nuestra novela, nos encontramos, en efecto, con que, una vez vencido por el Caballero de la Blanca Luna, don Quijote, inevitablemente sujeto a la literatura, se acoge al pacífico proyecto de convertirse en el pastor Quijotiz, actividad que le permitiría dar rienda suelta a su inclinación por la escritura. Así se lo explica a Sancho: "...y hanos de ayudar mucho al parecer en perfeción este ejercicio es ser yo algún tanto poeta, como tú sabes" (II, 67, 1056).

Semejante inclinación, sin embargo, no se ha visto truncada del todo con su profesión caballeresca, a la que es, en cierto sentido, inherente la condición de poeta, desde los legendarios trovadores que conseguían conjugar sin problemas el consabido binomio de las armas y las letras. Él mismo se lo aclara al siempre sorprendido Sancho:

"Luego ¿también -dijo Sancho- se le entiende a vuestra merced de trovas?
-Y más de lo que tú piensas -respondió don Quijote- .... Porque quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballeros andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos; que estas dos habilidades o gracias, por mejor decir, son anexas a los enamorados andantes. Verdad es que las coplas de los pasados caballeros tienen más de espíritu que de primor." (I, 23, 234)

Ya Marthe Robert había advertido que don Quijote es el "prototipo del novelista que siente en su interior un proyecto literario irrealizado o el pesar de alguna vocación contrariada" y es precisamente este anhelo el que lo lleva en ocasiones a comportarse como un verdadero poeta. (Poeta al que, por cierto, puede aplicarse asimismo la irónica frase final de la cita, pues, como veremos, sus versos destacan más por su "espíritu" que por su "primor".) Repasemos brevemente los momentos más importantes en que esto se produce.

Dejaremos aparte la construcción de su propio personaje -esto es, la génesis de don Quijote a partir de las lecturas de Alonso Quijano- o el continuo rebautismo del mundo que le rodea y nos detendremos en las situaciones en que se comporta como escritor, o protoescritor, en el sentido literal del término.

Habría que empezar mencionando, en primer lugar, el importante episodio de Sierra Morena, en el que Miguel de Cervantes pone en boca de su personaje unos ripios irrisorios que lo convierten en un fantoche de la imitación, con el fin de acentuar el propósito paródico de su novela, pero no es esta perspectiva la que nos interesa ahora. Por el contrario, queremos detenernos en otros momentos en los que el autor permite a su personaje escribir en serio y expresarse como un escritor no demasiado diferente a los de la época (hecho este que tampoco excluye una intención paródica, aunque mucho más velada y sustituida por una fina ironía).

El primer momento en que esto ocurre tiene lugar también en la Primera Parte, en la famosa conversación con el canónigo. Intentando convencer a su interlocutor de los prodigios del género que él mismo encarna, don Quijote se ensaya con un texto que, según Jean Krynen, constituye "una de las más bellas páginas de toda la literatura caballeresca" . Veamos simplemente este fragmento, donde se dan cita todos o casi todos los lugares comunes del locus amoenus renacentista:


"... apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando ... se arroja en mitad del bullente lago, y, cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla frente a unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa. Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando. Aquí descubre un arroyuelo, cuyas frescas aguas, que líquidos cristales parecen, corren sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido y puras perlas semejan; acullá vee una artificiosa fuente de jaspe variado y de liso mármol compuesta; acá vee otra a lo brutesco adornada, adonde las menudas conchas de las almejas, con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas, hacen una variada labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence."


Más adelante, prosigue con una escena caballeresca no exenta de sensualidad:


" Acullá de improviso se le descubre un fuerte castillo o vistoso alcázar, cuyas murallas son de macizo oro, las almenas de diamantes, las puertas de jacintos; finalmente, él es de tan admirable compostura que, con ser la materia de que está formado no menos que de diamantes, de carbuncos, de rubíes, de perlas, de oro y de esmeraldas, es de más estimación su hechura. Y ¿hay más que ver, después de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un buen número de doncellas, cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca acabar; y tomar luego la que parecía principal de todas por la mano al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago, y llevarle, sin hablarle palabra, dentro del rico alcázar o castillo, y hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos, y vestirle una camisa de cendal delgadísimo, toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantón sobre los hombros, que, por lo menos, dicen que suele valer una ciudad, y aun más?" (I, 50, 54-55)

 

Aunque es difícil leer estas palabras sin advertir la mueca irónica de Cervantes, no podemos dejar de reconocer las notables analogías entre esta descripción hecha por don Quijote y las que el propio autor intercala en los momentos más líricos de La Galatea. Veamos, si no, este fragmento, correspondiente al Libro Sexto:


"... encima de la mayor parte destas riveras se muestra un cielo luciente y claro que, con largo movimiento y vivo resplandor, parece que combida a regozijo y gusto al coraçón que dél está más ageno. [...] La tierra que lo abraça, vestida de mil verdes ornamentos, parece que haze fiesta y se alegra de poseer en sí un don tan raro y tan agradable, y el dorado río, como en cambio, en los abraços della dulcemente entretexiéndose, forma como de industria mil entradas y salidas, que a cualquiera que las mira llenan el alma de plazer maravilloso, de donde nasce que, aunque los ojos tornen de nuevo muchas vezes a mirarle, no por esso dexan de hallar en él cosas que les causen nuevo plazer y nueva maravilla. [...] Aquí se vee en qualquiera sazón del año andar la risueña primavera con la hermosa Venus en ábito subcinto y amoroso, y Zéfiro que la acompaña, con la madre Flora delante, esparciendo a manos llenas bellas y odoríferas flores. Y la industria de sus moradores ha hecho tanto, que la naturaleza, encorporada con el arte, es hecha artífice y connatural del arte, y de entrambas a dos se ha hecho una tercia naturaleza, a la qual no sabré dar nombre. De sus cultivados jardines, con quien los huertos Espérides y de Alcino pueden callar; de los espessos bosques, de los pacíficos olivos, verdes laureles y acopados mirtos; de sus abundosos pastos, alegres valles y vestidos collados, arroyos y fuentes que en esta ribera se hallan, no se espere que yo diga más, sino que, si en alguna parte de la tierra los campos Elíseos tienen asiento, es, si duda, en ésta."


En fragmentos como los que acabamos de reproducir se advierte la semejanza estilística entre los géneros pastoril y caballeresco, unidos ambos en una común tendencia idealista y mitificadora. De ahí se explica la facilidad con que don Quijote decide intercambiar uno por otro después de su mencionada derrota y que el mismísimo Cervantes pueda experimentar con ambos tanto en la propia Galatea como en los episodios pastoriles intercalados en la novela y en este fragmento caballeresco que ha puesto en boca de su personaje.

Otro momento en el que el caballero da rienda suelta a su afición lírica tiene lugar en el palacio ducal. El contexto no resulta menos humorístico que en Sierra Morena, pues los versos se generan en medio de un hilarante diálogo poético con la supuestamente enamorada Altisidora. Se trata, una vez más, de unos versos sumamente irónicos con los que don Quijote compone un romance que acaba siendo una mezcla bastante explosiva de petrarquismo, lírica tradicional y ciertos contenidos de La perfecta casada, de Fray Luis de León:


"Suelen las fuerzas de amor
sacar de quicio a las almas,
tomando por instrumento
la ociosidad descuidada.
Suele el coser y el labrar,
y el estar siempre ocupada,
ser antídoto al veneno
de las amorosas ansias.
Las doncellas recogidas
que aspiran a ser casadas,
la honestidad es la dote
y voz de sus alabanzas .
Los andantes caballeros
y los que en la corte andan,
requiébranse con las libres;
con las honestas se casan.
Hay amores de levante,
que entre huéspedes se tratan,
que llegan presto al poniente,
porque en el partirse acaban.
El amor recién venido,
que hoy llegó y se va mañana,
las imágenes no deja
bien impresas en el alma.
Pintura sobre pintura
ni se muestra ni señala;
y do hay primera belleza,
la segunda no hace baza.
Dulcinea del Toboso
del alma en la tabla rasa
tengo pintada de modo,
que es imposible borrarla.
La firmeza en los amantes
es la parte más preciada,
por quien hace Amor milagros,
y asimesmo los levanta."

Las cinco primeras estrofas no son más que un sermón moral ante los fingidos requiebros de la farsante Altisidora, cuya comicidad es resultado, una vez más, del contraste entre la gravedad del ofendido, pero firme, caballero y la "actuación" de la sirvienta de los duques. Mayor interés presentan las cuatro últimas, en las que el enamorado don Quijote hace uso de una imaginería metafórica omnipresente en nuestra novela y de no lejanos ecos petrarquistas. Nos referimos a la utilización del mundo impreso para certificar el carácter indeleble de la imagen de la dama, grabada eternamente en el corazón del poeta, convertido, así, al mismo tiempo en poseedor y en espectador, lector, de tan bello sentimiento. Recordemos este hermoso soneto de Garcilaso (el poeta más presente en el Quijote y cuyos versos se incorporan en distintos momentos de la obra) y notemos cómo en cierto sentido puede relacionarse -salvando, naturalmente las distancias- con estos "toscos" versos de nuestro caballero , aunque sea tan sólo, repetimos, por la identidad de las imágenes empleadas:

"Escrito'stá en mi alma vuestro gesto
y cuanto yo escribir de vos deseo:
vos sola lo escribiste; yo lo leo,
tan sólo, que aun de vos me guardo en esto.
En esto'stoy y estaré siempre puesto,
que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.
Yo no nascí sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida
por vos he de morir y por vos muero."


La última actuación del caballero poeta tiene lugar ya de regreso a la aldea, justo después de "la cerdosa aventura" (y notemos, de paso, que una vez recitado el anterior romance tuvo lugar "el espanto cencerril y gatuno": poco respetuosa manera de enmarcar, en ambos casos, las dotes literarias del personaje...). No podemos evitar la tentación de reproducir, junto al poema, esta simpática conversación con Sancho:


"-Duerme tú, Sancho ... , que naciste para dormir; que yo, que nací para velar, en el tiempo que falta de aquí al día, daré rienda a mis pensamientos, y los desfogaré en un madrigalete, que, sin que tú lo sepas, anoche compuse en mi memoria.
-A mí me parece -respondió Sancho- que los pensamientos que dan lugar a hacer coplas no deben de ser muchos. Vuesa merced coplee cuanto quisiere, que yo dormiré cuanto pudiere.
[...] Don Quijote, arrimado a un tronco de una haya o de un alcornoque -que Cide Hamete Benengeli no distingue el árbol que era-, al son de sus mesmos suspiros cantó desta suerte:
-Amor, cuando yo pienso
en el mal que me das, terrible y fuerte,
voy corriendo a la muerte,
pensando así acabar mi mal inmenso;
mas en llegando al paso
que es puerto en este mar de mi tormento,
tanta alegría siento,
que la vida se esfuerza y no le paso.
Así el vivir me mata,
que la muerte me torna a dar la vida.
¡Oh condición no oída
la que conmigo muerte y vida trata!" (II, 68, 1061)

La reflexión que suscita este último ejemplo es compleja, porque el poema no es de don Quijote, ni siquiera de Cervantes: se trata de la traducción de un madrigal correspondiente a Gli Asolani, de Pietro Bembo. Y empiezan, así, los interrogantes, tan frecuentes en la obra cervantina: ¿debemos suponer que don Quijote, lector cultivadísimo y bilingüe, conocía el original italiano y lo tradujo? ¿Es eso, entonces, lo que significa "componer", tal y como sostiene García Yebra en su comentario a este episodio ? En cualquier caso, ¿tradujo entonces Cide Hamete Benengeli al árabe un poema escrito en italiano y traducido luego por don Quijote al castellano? ¿Lo devolvió, entonces, el traductor morisco a la lengua de don Quijote? ¿Qué traducción estamos, entonces, leyendo? ¿Es don Quijote, pues, además de lector, traductor? ¿O estamos ante una nueva demostración del buen hacer del morisco aljamiado? Si, por otra parte, abandonamos esta perspectiva y volvemos (nuevamente con gran peligro) a la del autor empírico, ¿obtenemos, entonces, que Cervantes está ahora comportándose como traductor? Si fuera así, este episodio nos serviría para arrojar nueva luz a la hora de calibrar su relación con esta disciplina, de la que se ocupa tan largamente en la famosa visita de don Quijote a la imprenta y, por supuesto, en todo el tratamiento -entre respetuoso, desconfiado e irónico- que da a la importantísima figura del traductor morisco, sin duda la voz más significativa de la novela, pues es la mediadora entre el original de Cide Hamete Benengeli y el texto narrado -re-narrado- por el segundo autor que todos estamos leyendo.

Volviendo, en todo caso, a nuestro hilo inicial, don Quijote se instala de lleno en la órbita italianizante de la poesía renacentista, haciendo uso de la imitatio como principio legitimador de una concepción de la poesía como patrimonio compartido. Lo verdaderamente audaz es, sin embargo, su osadía a la hora de trasladar ese mismo principio a su propia vida.

Sin embargo, Don Quijote no es un poeta de las palabras, sino un poeta de la acción: el consabido debate entre las armas y las letras se decide en él en favor de las primeras. Oigamos, si no, esta afirmación que pone en boca suya Esteban Borrero Echevarría,, uno de los muchos continuadores de Cervantes que se ocupa precisamente de esta faceta de don Quijote. El momento elegido es justamente el de la composición de los mencionados versos a Altisidora, nacidos de la soledad y la nostalgia en la que se sume en el palacio ducal, con su inseparable escudero ausente:

"Tanto es el gusto que en esta noche de improvisado y feliz comercio con ella, le he cogido a la Poesía, que me están dando ganas de meterme a poeta de una vez; al menos, mientras dure tu ausencia y mi ocio en esta mansión; porque pensar que yo salga a buscar aventuras sin ti, y que me enfrasque en ello, es pensar en lo excusado y lo imposible. Ahora, dejar de una vez la caballería andante por las dedicaciones y ocupaciones estrictamente poéticas, ¡eso no! Primero, porque la caballería es quien es, y yo soy quien soy; y luego, porque como alguno ha de decir o lo ha dicho ya de nuestra patria, hay en ella "en cada esquina cuatro mil poetas" ....; y de caballeros andantes sólo quedo, en son de guerra, yo...."

Nuestro caballero renuncia, así, a escribir literatura, porque lo que pretende es más ambicioso todavía: desea experimentarla, hacerla con su propia vida. Por eso se inventa un personaje para sí mismo: como un auténtico novelista, pronuncia el mágico fiat lux, da vida a su criatura, le busca un nombre y le impone una misión. Sólo que ese personaje no se desenvuelve en un papel o en repetidos romances leídos en las polvorientas plazas de pueblo: sus hazañas están llamadas a realizarse en El Gran Libro del Mundo, donde los días son páginas y los insípidos escenarios manchegos se transforman, por un maravilloso acto de voluntad, en legendarios parajes habitados por caballeros, gigantes, princesas y malandrines. Pero esa historia sí es suficientemente conocida. Aquí nos hemos puesto a espiar al caballero cuando, cansado, suelta la espada, se quita el yelmo y vuelca sus fuerzas para librar, como diría otro gran poeta, "batallas de amor en campos de plumas".

 

© Isabel Castells. 2003.

La Sombra del Membrillo. 2003-4.